El cómico melillense llega a Sevilla con su show “Misery class”, sacando carcajadas al público gracias a la miseria interior que alberga el ser humano. Sonsacando algo tan positivo como una sonrisa de algo tan negativo como la maldad interior
Goyo Giménez es uno de los humoristas más famosos de nuestro país. El cómico ha sido visto en diferentes medios como shows, cine, series o programas televisivos de diferente índole. Sin embargo, su figura está fuertemente ligada al stand up, o lo que es lo mismo, los monólogos. Nos referimos concretamente a aquellos que comenzaron a popularizarse en España tras el boom de “El club de la comedia”. Es importante ese “comenzaron”, ya que el stand up ya se practicaba en el mundo hispanoparlante a pesar de que era un espectro de la comedia menos popular. El melillense volvió a su hábitat natural, un escenario, un micrófono y un sinfín de reflexiones sobre lo paradójico de nuestra cotidianidad. Y es que es esta última frase la que define “Misery Class”.
El show se llevó a cabo en el Nissan Cartuja, auditorio en el que hubo un absoluto sold out. El público que se encontraba dentro de él estaba expectante, sentados en sus butacas y esperando con ansia la entrada del cómico. Público, por otro lado, bastante variado en edad, por lo que el artista consigue conectar con personas de todo tipo. Finalmente, el momento llegó, y Goyo Giménez entró al escenario con la calma y naturalidad que lo caracterizan. A partir de ahí, el show comenzó sosegado, siendo el prolegómeno de todo lo que vendría después. Poco a poco, el cómico fue cocinando un ambiente en el que nos transportaría por diferentes situaciones de la cotidianidad. Algunas paradas del viaje por lo cotidiano fueron las aerolíneas lowcost, el amor, los hoteles, los perros o los ascensores, entre muchas otras.
Los tiempos del monólogo están cambiando, desde hace unos años está en auge el monólogo que interactúa con el público y saca el chiste de las propias personas que se encuentran en el auditorio. Goyo Giménez mezcla este estilo con el del stand up clásico, aquel que se popularizó en la España noventera, aquella de la expo y las olimpiadas. Por un lado, interactúa con su audiencia y habla con ella. Pero por el otro, el claro protagonista del show es él y nadie más, sin dejar de lado su estilo y sus formas irreverentes y creativas. Esto le permite lanzar preguntas al aire, que tienen una respuesta rápida y corta del público, tras esta respuesta, él se explaya en su propia pregunta. Es aquí donde reside la gracia del humorista, en las locas y, a la vez, racionales divagaciones que realiza en sus shows.

En este espectáculo, el ojo surrealistamente crítico de Goyo Giménez analiza diferentes situaciones que ocurren en nuestro día a día, en las que, sin querer o queriendo, sacamos a pasear nuestra inevitable hipocresía, haciendo chiste con ella. El cómico nos narra de una y mil formas la comedia que hay en el interior de la miseria del ser humano. Y no solo se refiere a la miseria económica, sino también a la que llevamos dentro, esa parte podrida de nuestro corazón. Bajo esta premisa que le da nombre al show, narra con todo lujo de detalles diferentes situaciones en las que nuestra maldad interior sale a la luz. Nos plantea situaciones como la ira incontenible que se apodera de nuestro cuerpo al entrar en rotondas, o el absurdo robo de champús, peines, bolsas y toallas que solemos perpetrar en los hoteles, para al final, guardarlo todo en un cajón. Por contradictorio que parezca, es realmente divertido que alguien como Goyo Giménez nos diga, con su desparpajo habitual, lo ridículamente negativos e hipócritas que somos a veces las personas.
Me gustaría ocupar el último tramo de esta crónica a mi experiencia personal con Goyo Giménez. Yo descubrí al artista cuando era un niño. Mi padre se encontraba en el salón viendo el, ya mítico, «Club de la comedia«, mencionado al comienzo de este texto. Yo lo escuché carcajear como si le fuese la vida en ello. Me resultó inevitable acercarme a ver qué era aquello que tanto le hacía reír. Yo sabía que no debía estar a esas horas de la noche deambulando por mi casa, pues aún recuerdo que eran las 22:00 aproximadamente. Aún así, me aventuré a preguntarle a mi padre quien era ese hombre que estaba hablando por la televisión. Él me explicó que era un cómico que comparaba la forma de entender la vida en España con las películas «yanquis», y me invitó a quedarme con él en el salón hasta que acabase el monólogo. Me reí muchísimo con aquellas ocurrencias y divagaciones tan absurdas como lógicas. Desde aquel entonces, sentarse a ver monólogos (aptos para niños) se convirtió en una especia de ceremonia semanal entre mi padre y yo. De hecho, a día de hoy seguimos viendo y reviendo sin parar stand ups, a veces de Goyo Giménez y a veces no, pero seguimos haciéndolo, que es lo realmente importante. Así que se podría decir que gracias al protagonista de esta crónica, mi padre y yo compartimos tiempo gracias a algo tan especial como es la comedia.
Uno de los temas que toca Goyo Giménez en su espectáculo es, si verdaderamente, el humor tiene fronteras. Honestamente, me veo absolutamente incapaz de responder a una pregunta de estas magnitudes, pero sí que tengo una cosa muy clara, y es que las tenga o no, el humor es capaz de traspasarlas. Y esa idea tan bonita y curativa es gracias a personas como Goyo Giménez, que hacen lo que más les gusta, hacer reír.
